jueves, 28 de junio de 2007

E S P E C T Á C U L O




*Suena: Espectáculo.

"Y me tiemblan las entrañas y se aprientan las paredes de este mundo; sentir tu esquelto susurrándome que me quisiste cada día que rompimos las barreras del sonido, comiéndonos la boca, diciendo que el futuro solamente podría conventirse en nuestra suerte. Sí, eres espectáculo, espectáculo y tú ni siquiera lo llegas a notar."

Si bien nunca he creído en un dios omnipotente y omnipresente sí creo que el dios Iván; Iván Ferreiro, para los que vayan un poco perdidos.
Llamadme señorita moña y cualquier cursilería que queráis, pero no soy nada de eso. Este hombre lleva tanta razón en todo lo que dice...
Y es que todos somos espectáculo. Todos.
Claró está que para mí Hitler no es ningún espectáculo (no un espectáculo agradable, al menos), pero sí lo sería para alguien. Mi profesor de Historia alemana dice que Eva siempre estuvo muy contenta con su vida sexual.
Pero hay que leer entre líneas y sacar los matices, ¡coño!
Opción A)
Buscar espectáculo allá donde (parece no haberlo) no lo hay. ¿Quién le habría dicho a Landon que encontraría termitas, mariposas y otras cosas en una hija de párroco y monitora del grupo de astronomía, Jamie? Yo no, os lo aseguro.
Opción B)
Resignarse y escuchar música en el iTunes mientras nadie te ofrece un poquito de espectáculo para esta tarde y escribir mierda en el blog o, lo que es peor, que te ofrezcan espectáculo, pero no del que a ti te llama la atención.

Está clara la opción que yo he elegido. Pero, pardiez, con este calor y estas nubes no me pidáis más.


Siempre me voy por los cerros de Úbeda.


"De donde no hay no se puede sacar".

lunes, 25 de junio de 2007

Pese a todo, Cenicienta se enamoró de Jack mientras éste la destripaba.


Hace poco, bajo las órdenes de mi (a veces no tan) querida progenitora, guardé mi habitación.

Hecho insólito, lo sé.

Pero me dio la impresión de que eran los cajones de mi corazón y mis recuerdos, en vez de los de mi mesa, los que estaba vaciando.

Encontré mil cosas, y quizás más. Encontré cartas a mí misma no enviadas en las que me prometía no volver a sufrir nunca, por nada. Encontré recuerdos en forma de mechón de pelo y canicas. Encontré tus besos, Alicia, en forma de pinta labios.

Una de las cosas más sorprendentes que desenterré del cofre del tesoro es una historia que escribí, hará como seis años:

Nico, un asesino a sueldo realmente sanguinario, debía matar a una joven con un cuchillo de tres dimensiones (no se admiten preguntas sobre este punto). Tras raptarla, los dos se enamoran, y terminan huyendo. Todo un Síndrome de Estocolmo.


Todavía tengo que plantearme si es la prueba de que tenía un complejo de Cenicienta en busca de Amor, o de Jack el destripador con impulsos violentos. O los dos.

Aunque supongo que lo que debo plantearme, es si todavía sigo así.

lunes, 11 de junio de 2007

Calzoncillos estampados de besos.


"Pasé hasta una semana sin quitarme el mameluco de mecánico ni de día ni de noche, sin bañarme, sin afeitarme, sin cepillarme los dientes, porque el amor me enseñó demasiado tarde que uno se arregla para alguien, se viste y se perfuma alguien, y yo no había tenido para quién. [...]

Siempre había entendido que morirse de amor no era más que una licencia poética. Aquella tarde, de regreso a casa otra vez sin el gato y sin ella, comprobé que no sólo era posible morirse, sino que yo mismo, viejo y sin nadie, estaba muriéndome de amor. Pero también me di cuenta de que era válida la verdad contraria: no habría cambiado por nada del mundo las delicias de mi pesadumbre."


Yo también quiero un amor de ese tipo y morirme si hace falta, hasta con noventa años. Morirme de amor, claro está. Y quedarme noches en vela observando a una persona dormir.

Sufrir por placer y que el sufrimiento se pague contrarrembolso y en cajas de color rojo.

Y tener la memoria de una puta triste.

Y estar lejos y que no importe.

Y que la forma de decirnos adiós sea como alguna de esas escenas que vimos en las películas que tanto adorábamos.

Y que siempre queden esas grandes tonterías.


Gabito, eres un puto dios.

miércoles, 6 de junio de 2007

El gris y sus cosas.


Nunca me suelo olvidar de las cosas.
Ni caras, ni nombres, ni pequeños detalles que caracterizan a las personas.
Tampoco la ropa que llevaba la gente el día X o del color que eran sus calcetines ni las caras de las niñas de Carroll.
No. No lo olvido, es así.
Ni olvido las primeras palabras ni las miradas en los cines ni ningún matiz de la ruptura de Carrie y Big cuando ella llega a su apartamento con comida de McDonalds y una boina, emulando a una francesita recatada: "nos estamos acercando y tú estás tan acojonado, que necesitas poner un océano entre nosotros".
No suelo olvidar las habitaciones de la gente; tampoco los nombres de los perros o de los hermanos.
He querido acordarme de qué he olvidado... pero creo que lo he olvidado.


¿Dónde guarda el cerebro las cosas que ya no recuerda?